sábado, 31 de marzo de 2012

Hablen, tienen tres minutos

Hablen, tiene tres minutos
De vuelta del paseo
donde junté una florecita para tenerte entre mis dedos un momento,
y bebí una botellas de Beaujolais, para bajar al pozo
donde bailaba un oso luna,
en la penumbra dorada de la lámpara cuelgo mi piel
y sé que estaré solo en la ciudad
más poblada del mundo.
Excusarás este balance histérico, entre fuga a la rata y queja de morfina,
teniendo en cuenta que hace frío, llueve sobre mi taza de café,
y en cada medialuna la humedad alisa sus patitas de esponja.
Máxime sabiendo
que pienso en ti obstinadamente, como una ciega máquina,
como la cifra que repite interminablemente el gongo de la fiebre
el loco que cobija su paloma en la mano, acariciándola hora a hora
hasta mezclar los dedos y las plumas en una sola miga de ternura.
Creo que sospecharás esto que ocurre,
como yo te presiento a la distancia en tu ciudad,
volviendo del paseo donde quizá juntases
la misma florecita, un poco por botánica,
un poco porque aquí,
porque es preciso
que no estemos tan solos, que nos demos
un pétalo, aunque sea un pasito, una pelusa.

Julio Cortázar

lunes, 19 de marzo de 2012

Manual de geografía Marliana


Aunque cada mañana sea igual y amanezca abrazado a una almohada apretada, dejando gotas de sudor en la remera porque la noche fue intensa en mi mundo de sueños; aunque tu rostro me persiga por el fondo y no tenga escondite ni siquiera en la azotea; aunque desconozca el futuro, esta vez no quiero creer en fantasmas y presagios de derrota. Hoy no.
Le di vueltas y vueltas al mundito que descansa en tu dedo, para dejarlo girando como peonza sin saber hacia dónde saldrá disparado. Las imágenes pasan montadas en un trompo infernal y decido quedarme con las que me llenan, con aquellas que revelan sonrisas y corridas alrededor de la mesa. La comida se dora en el horno mientras reís para no dejarte alcanzar. Y cuando lo hago, mis manos terminan irremediablemente aferradas a tu cintura minúscula. Y vos sentada en mis piernas, besos con sabor a almuerzo y digestiones a prueba de amor.
Ahora flotás por los médanos de Arachania y yo me escondo tras unos matorrales. Te acecho, mientras jugás pateando espuma en la orilla. Espero el momento del ataque, y me dejás hacer. Cuando salto encima tuyo, el abrazo se llena de arena y cogemos sobre la frazada que trajimos para evitar el  frío. Señores miran a lo lejos, mientras trato de convencerte que la distancia es muchísima y que nadie nos puede ver, solo el aljibe como testigo mudo.
La tarde se cierra en la casilla del guardavidas, solitaria en días de frío abril. El refugio es perfecto y mientras el mar explota  en turquesa, el sol se va poniendo a un costado y nos fumamos un porrito que oxigena las venas. Espera la hamaca y las mil y una maneras de acomodarse, porque yo quiero vivir encima tuyo y tu fragilidad no es a prueba de gordos barbudos. Luego corrés a buscar disfraces de colores, hilo y papel para vestirnos de otros y salir a mezclarnos entre la gente pistola de agua en mano. Rozo tu pierna, y no puedo dejarte ir. Te confundís entre la gente, y a través de la marabunta escupo ojos teledirigdos hacia vos que rebotan en una sonrisa franca, deliciosa de pensar el premio que espera al regresar a casa.
Cuando amanece, el desayuno te espera en la mesa de luz. Un florerito azul brilla de rosas frescas, huérfanas del jardín que se arrodillan ante vos cuando acercás la nariz para robarte el perfume. Brillás, porque las mañanas son siempre tuyas y los rayos del sol quieren entrar a la fuerza por la persiana únicamente a saludarte. Él es tu amigo, y a pesar de mis retos, entre ustedes plantean un pacto de no agresión del que no puedo formar parte. Así, termino al spiedo con factor 20, la espalda que se descascara al tercer día en la playa.
Elegís cuidadosamente tu vestuario del día, mientras te miro desfilar por el dormitorio en un show unipersonal que gozo como niño. Elijo opciones, opino y quiero que te cambies por el simple placer de verte desnuda un ratito más. Te tapás con vergüenza fingida, aunque sepas que tu acción no hace más que aumentar mi lujuria. Ataco por la espalda, y te abrazo como nunca. Girás y tu pecho roza el mío, mientras siento la piel erizada, el golpe energético subiendo por la nuca y el corazón que se alinea con el cerebro. Ahí me quedo, estático, fundido en un beso de manteca que sabe a mil años. y bailamos, bailamos desnudos en el parqué del cuarto una danza que solo nosotros conocemos. Bailamos y la tierra eclipsa al sol y a la luna y Júpiter.  Estamos ahí, conectando almas electrocutadas.
Una vez listos, corremos cargados de bolsos hacia el taxi que espera y el bus llegando a plaza Cuba. 5 horas por delante para contemplar el río y el sol ocultándose frente a los barrancos, la cueva que nunca visité y el auto de ocasión que tu madre suele prestarnos. Vibrás distinto en el calor bochornoso del norte, y mientras te acompaño en tus múltiples visitas estéticas aprendo a descifrar el código familiar, a enamorarme de las Lilas y Vitox y seguir buceando un rato más en el mutismo lleno de palabras y sonrisas de Val.
Cuando llega el domingo la cama nos retiene imantada. Sos compañía insustituible en el almuerzo familiar y un mar de calma en medio de cuatro seres que no saben como quererse bien. Luego leo el diario, y tu mirada cómplice marca la hora de partir a casa, porque quizá hoy haga frío y la estufa nos esté llamando.
Ponemos una película y viajamos de la mano. A veces la serie de los doctores copa la pantalla, y así, mientras vos te enamorás un poco más del doctor mujeriego -otro rubio, alto y de patillas, como el de la isla- yo me sumerjo en mi mundo idiota donde creo ser director técnico. El combo funciona, y luego de una hora y varios avisos previos, cerrás mi computadora suavemente y la apartás a un lado. Me quejo, siempre me quejo, pero el botín de tu espalda oliendo a jabón desarrolla mis manos de pulpo que te abrazan. Y te abrasan. Y me abraso.
Gozo como un niño dibujando animales y robots sobre un papel en blanco. Gozo de regalarte mis entrañas, buscando el premio de pintarte una sonrisa al leerlo. Quizá mis letras no sean las más inspiradas, la poesía sin tanto vuelo y las metáforas en un juego básico. Pero te puedo asegurar que nacen bien adentro y giran sobre mi cabeza como un mar de noctilucas. Porque te están buscando, porque quieren hacerse nido en tus pensamientos, en tus amores. No puedo negarlo más: soy un romántico incurable, un llorón enamorado. Pero ya no me importa cuán cursi pueda sonar, no me afecta si los ojos de aquellos que saben se tuercen en mueca de desagrado. Lo que escribo nace en vos y hacia allí se dirige también. Cinta de moebius donde corro desesperado detrás de tu culito manzana.
La distancia es larga ahora. Vibra un océano profundo en medio, pero ya es hora de tirarse de buzo y descubrir las profundidades. Estoy dispuesto. Mientras, seguiré mirando el jardín cada mañana pensando en aquí, en ahora.

lunes, 12 de marzo de 2012

Cápsula para la lluvia.

Caen gotas,
y el pasto que se moja
y la calle
que es un río,
arrastra días tristes.

Llueve
sobre nuestra cama, olvidada
desordenada de un lado
enfriándose.

Hoy está lloviendo acá adentro,
por eso abro un paraguas
y te invito a pasar
al abrigo.

Tengo el corazón hinchado
conteniendo
todos los besos que no te pude dar
cuando debería.

¿Estás?
¿Puedo entrar en tu mundo por un rato?
¿Puedo quedarme escondido, ahí, en ese rincón?
Voy con sonrisas, y quieren rodearte.

Hoy, que cae la lluvia
mi amor es un lago
para que saltes
y flotemos, juntos.

martes, 6 de marzo de 2012

Desnudo


Estoy desnudo. Ahora, acá. Mirando fijo esta pantalla.

Hoy más que nunca te necesito. Te necesito junto a mi, para correr y atravesar el mundo. Este mismo mundo de mierda que cada día miro desde afuera, balconeando opciones de vida que me son ajenas. Hoy, cada cosa que miro resulta ajena. Inaccesible. Como si estuviese dentro de una pecera girando inteminablemente. Las rosas del frente son ajenas, porque no tienen quien las huela ni motivación suficiente para asomarse de sus pimpollos. Las cortinas blancas balanceando el aire parecen sacadas de un cuento que otra persona está narrando. Las paredes de colores escupen la alegría de cuando fueron pintadas. De cuándo construíamos este mundito perfecto para encerrarnos a vivir en él.

Cada mañana se vuelve una rosca insoportable en la que tengo que convivir conmigo mismo, solo. Y no es así que pensé mi vida, no. Siempre la pensé compartida, entregando parte de mi ser a ese otro que llegaba para completarme. Pero mientras elaboraba este concepto, en los hechos hacía completamente lo opuesto.

Te lo conté la otra vez: un día, una mañana no tan lejana de Rodó, supe pensar en nuestra pareja y creerme eso de que no eras "el amor de mi vida". De que había actitudes, conductas, aspectos de tu caracter que me molestaban. El sentimiento pasó rápido, porque Johnny Cash nos invitaba a bailar en un sol de sábado y no hay quien pueda negarse a Johnny. Y yo no me puedo negar a vos.
Pero ya me había pinchado la idea, esa imágen se había hecho tumor maligno entre mis neuronas atrofiadas. Ahí quedó, vegetando durante años. Y así, cada tanto, durante esas veces en que te hacés bicho bolita y yo no se cómo sacarte de tu mundo oscuro, la imagen volvía: "no, no es ella".
Así, cada una de las veces que decidimos separarnos, ese fue el anzuelo del que agarrarme. Ahí me prendía para salir a la superficie a respirar, a creerme vivo nuevamente. No, no es ella.
Eso me permitía avanzar, esconderte en un rincón y no verte más. Total, para qué mortificarme pensando en alguien que no es LA persona. Pasaba la escoba y a seguir de largo, la noche que tienta y los culos y las tetas de otras que también.
Lo hice así, más de una vez.
Y cada una de esas veces pensaba que era la última. No habría retorno esta vez, no, porque no eras la persona.
No lo eras.
No lo sos.
Esa persona no existe, nunca existió. Todo fue una invención mía, un artilugio creado en base a mis teorías utópicas de la vida. Existís vos tal cual sos. Así, con todo lo que te hace brillar y con toda esa oscuridad que cargás oculta. Con tus sonrisas matinales y tu flojera nocturna. Con esas ganas interminables de bailar. De recibir mimos. De darlos. Con tu responsabilidad a prueba de sexo y las horas que se pasan y se pasan y yo que te espero. Con tu paciencia interminable y las orejas más amplias de escuchar que alguna vez conocí.
Esa es la persona que existe, vos, pero me llevó tiempo darme cuenta. Y cuando lo hice, ya no estabas. Volabas por otros cielos, saltando de país en país mientras yo trataba de refugiarme en una carpa en el Norte.
Durante años la verdad se dio de frente contra mi, rompiéndome los ojos. Y yo con el gorro calado hasta los hombros, antifaz oscuro para encerrarme en mis pensamientos y evitar que mi alrededor fluya por si solo. ¿Se puede ser más estúpido?

Estaba desacostumbrado a que me golpearan la esencia, acá adentro. A que doliera de verdad. Hacía mucho que no lo sentía, ese gargajo bloqueando el pecho. Años. La certeza crea culos gordos, y así estaba, despatarrado en mi sillón dejando que el pasto crezca. Creía desterrada la impotencia que me lleva a patear el horno y tirar ceniceros en el patio. Me equivoqué.

Tu rostro perfecto, el más común de los rostros perfectos, es la imagen con la cual duermo y el primer pensamiento que asalta mi mente al despertar. y me duele, me duele muchísimo mirar la cama y verla revuelta de un lado solo.
Pero más me duele tener que haber llegado hasta acá para entender. Si, para entender.  Porque no quiero construir un monstruito deforme que habite únicamente mi cabeza, quiero tu hablar con acento del norte y la suavidad con que amortiguás mis golpes al aire. Te quiero a vos. Así. Como sos.

Creo empezar a comprender cómo funcionan las cosas, y así las acepto. Me costó tiempo, sudor y billetes regalados al loquero cada martes. Pero creo haberlo entendido. O empezar a entenderlo. Madurez le dicen por ahí. 

Dirás que el esfuerzo ya estuvo hecho, que por algo las cosas se dan como se dan, que capaz "no estamos hechos para estar juntos". ¿Sabés qué? me cago en esas frases, me cago en quién las dice y en el mundo que las contiene. Porque no me importan. Porque estar juntos es lo único que me mantiene vivo. Porque el corazón me late distinto cuando te acercás y parece que los elementos se alinean y se detienen por un instante.  Porque te miro a los ojos y el brillo sigue ahí, vivo, latiendo. Porque el esfuerzo de construir siempre es liviano si se comparte.

Te amo. Te amo y lo gritaría por ahí hasta descuartizar la garganta, pero ya nadie tiene ganas de escucharme. Lo que tengo de inteligente lo tengo de estúpido, ya lo se. Mis razones a veces se suben a un bulldozer y salen a destrozar el terreno. Y luego, no queda nada. Un campo arrasado, un lodazal inmundo donde se revuelven los gusanos. Ahí estoy metido ahora, hundido hasta el fondo en mi propia mierda, buceando para salir a la superficie.
Quizá me acostumbré a regalar mi felicidad, a no saber conservarla y cuidarla. A perderla por no saber entenderla. A que me la roben de las manos.

Pero no esta vez. No. Levanto mis murallas y pongo a mis perros al ataque, porque esta vez no pienso perder. No. Esta vez quiero abrirme y que el mundo me atraviese como una flecha envenenada, que me destruya el corazón, las vértebras y me deje lisiado en una cama, no me importa.
Sigo caminando en mis nubes acolchadas, pero ahora busco caerme. Caída libre para romperme el cráneo contra el filo de una roca. Porque pienso que es así, abrir mi cerebro en dos y dejar entrar lo que quiera entrar. Y salir, sobre todo dejar salir. Que se escape toda la mierda contenida de años de frustraciones, de querer ser algo que no soy, de mirar un espejo que es de otro y no el mío.
Hoy me entiendo un poco más, me reconozco. Pero cuando me miro, no estás. No estás a mi lado. No hay sonrisas.

Por eso busco morirme cada noche. Acostarme, cerrar los ojos y alejarme en un viaje enroscado, sin escalas. Esperando que llegue la mañana para nacer de nuevo. Para empezar a germinar, fresco y verde, juntando los pedazos esparcidos luego de la explosión. Quizá buscándome logre encontrarte de nuevo.
Ojalá.

Allá abajo se está solo.


27.07.11
Solo quiero dormir. Solo quiero dormir y que el día se vuelva eterno y no despertar más. Al menos no de este lado. Del mundo.
Quiero dormirme y que las cosas se solucionen mágicamente. Plin. Así, de un momento a otro.
Ya no puedo escribir. No puedo. O creo no poder. Mi cerebro se atrofia y piensa que no puede. Pero las manos pueden. Claro que pueden. Tiran y escupen letras como siempre. Si las dejo hacer, ellas van solas. Se mueven. Fluyen. Pero si ese mismo flujo debe entrar a chocarse con la sinápsis neuronal, todo termina reducido a una gran nada.
A un charco de ceros.
¿Cúando fue el momento en que yo me transformé en mi principal enemigo? ¿Cuándo fue el momento en que decidí ser como todo aquello que odio y no deseo ser? ¿Cuándo decidí que las horas ya no valían la pena y que descansar los ojos en páginas de fútbol podrían cambiar el mundo?
¿Cuándo dejé de pensar que podría cambiar el mundo? ¿Alguna vez pensé en que podría hacerlo?
Realmente, no lo sé.
Supongo que si, supongo que toda esta furia contenida tiene un motivo. Si no, durante años estuve acumulando basura en el fondo de casa sabiendo que nunca llegaría una volqueta para deshacerme de ella.
No se quién soy. No tengo idea. No me conozco. O mejor aún, me desconozco. Vivo inmerso en un huracán de críticas sin razón y prejuicios desencajados, escupitajos que me salen de la boca aun cuando yo no lo busco.
Ya ni escribir puedo. Al menos decentemente. Encontrar un adjetivo, no repetirme una y otra vez, armar frases que no se extiendan como un gusano y después hay que cortarlas porque son tan largas que el significado escondido en el primer tramo de la sentencia ya se vuelve innecesario cuando llegamos al final de la lectura.
La ansiedad me carcome. Me tiemblan las piernas, me tiemblan las manos, me tiembla el cerebro. Los pensamientos son inconexos, flojos, vagos. Teorías que empiezan y se pierden entre las nubes como la planta de pulgarcito. Pero cuando subo por la escalera, lo único que hay arriba son nubes. Algodón. Algodón de azúcar, dulce y que pica los dientes. Pero no llena. No me desagota este nudo infernal en medio del estómago. En medio del ser.
Escribir se volvió un mandato, una obligación. Pero en los hechos es solo una mochila enorme que cargo cada vez que voy a la tienda inglesa o camino con el Oso por el fondo.
Soy un vago.
¿Cómo pueden transcurrir horas compadeciéndome de mi mismo? ¿Cómo puedo ser tan patético de responsabilizar al mundo de mis fracasos?
Tengo terror al fracaso. Tengo terror en no saber quién soy, pero menos en no saber quién voy a ser. No puedo saberlo. No quiero saberlo. Me imagino gordo y alcoholico, o drogadicto. No se. Trabajando en esta misma mierda en la que vuelvo a trabajar ahora. Y el hecho que lo vuelve más patético aun, es que creo que mi cerebro nunca se va a callar. Nunca va a tomarse vacaciones. Seguirá pensando y pensando. Demostrándome lo mal que estoy, y lo errado que está todo a nuestro alrededor.
Ok - diré, y seguiré sentado frente a esta pantalla. Si, el mundo es una mierda y no se puede hacer nada para cambiarlo. Nada. Tomarse un helado de postre, al menos. Esas serán mis satisfacciones, pienso. Poder tomar el helado del postre, luego de un asqueroso plato de vegetales que no quiero comer. Pero tengo el helado. Qué rico. Cremita y chocolate para untármela bien en la punta de la pija.
Hay un lugar donde poder ir a reclamar personas perdidas? ¿Existe una ventanilla donde llegar y establecer una queja porque me robaron la esencia? La vida.
¿Quién la robó? ¿Existe eso? ¿O la perdí en el camino y nunca me di cuenta? ¿Será que todos estos años generando platita dulce me atrofiaron la mente?
Me siento bloqueado, jugando al fútbol con pies cuadrados. Y así no le puedo meter un gol a nadie.