Aunque cada mañana sea igual y amanezca abrazado a una almohada apretada, dejando gotas de sudor en la remera porque la noche fue intensa en mi mundo de sueños; aunque tu rostro me persiga por el fondo y no tenga escondite ni siquiera en la azotea; aunque desconozca el futuro, esta vez no quiero creer en fantasmas y presagios de derrota. Hoy no.
Le di vueltas y vueltas al mundito que descansa en tu dedo, para dejarlo girando como peonza sin saber hacia dónde saldrá disparado. Las imágenes pasan montadas en un trompo infernal y decido quedarme con las que me llenan, con aquellas que revelan sonrisas y corridas alrededor de la mesa. La comida se dora en el horno mientras reís para no dejarte alcanzar. Y cuando lo hago, mis manos terminan irremediablemente aferradas a tu cintura minúscula. Y vos sentada en mis piernas, besos con sabor a almuerzo y digestiones a prueba de amor.
Ahora flotás por los médanos de Arachania y yo me escondo tras unos matorrales. Te acecho, mientras jugás pateando espuma en la orilla. Espero el momento del ataque, y me dejás hacer. Cuando salto encima tuyo, el abrazo se llena de arena y cogemos sobre la frazada que trajimos para evitar el frío. Señores miran a lo lejos, mientras trato de convencerte que la distancia es muchísima y que nadie nos puede ver, solo el aljibe como testigo mudo.
La tarde se cierra en la casilla del guardavidas, solitaria en días de frío abril. El refugio es perfecto y mientras el mar explota en turquesa, el sol se va poniendo a un costado y nos fumamos un porrito que oxigena las venas. Espera la hamaca y las mil y una maneras de acomodarse, porque yo quiero vivir encima tuyo y tu fragilidad no es a prueba de gordos barbudos. Luego corrés a buscar disfraces de colores, hilo y papel para vestirnos de otros y salir a mezclarnos entre la gente pistola de agua en mano. Rozo tu pierna, y no puedo dejarte ir. Te confundís entre la gente, y a través de la marabunta escupo ojos teledirigdos hacia vos que rebotan en una sonrisa franca, deliciosa de pensar el premio que espera al regresar a casa.
Cuando amanece, el desayuno te espera en la mesa de luz. Un florerito azul brilla de rosas frescas, huérfanas del jardín que se arrodillan ante vos cuando acercás la nariz para robarte el perfume. Brillás, porque las mañanas son siempre tuyas y los rayos del sol quieren entrar a la fuerza por la persiana únicamente a saludarte. Él es tu amigo, y a pesar de mis retos, entre ustedes plantean un pacto de no agresión del que no puedo formar parte. Así, termino al spiedo con factor 20, la espalda que se descascara al tercer día en la playa.
Elegís cuidadosamente tu vestuario del día, mientras te miro desfilar por el dormitorio en un show unipersonal que gozo como niño. Elijo opciones, opino y quiero que te cambies por el simple placer de verte desnuda un ratito más. Te tapás con vergüenza fingida, aunque sepas que tu acción no hace más que aumentar mi lujuria. Ataco por la espalda, y te abrazo como nunca. Girás y tu pecho roza el mío, mientras siento la piel erizada, el golpe energético subiendo por la nuca y el corazón que se alinea con el cerebro. Ahí me quedo, estático, fundido en un beso de manteca que sabe a mil años. y bailamos, bailamos desnudos en el parqué del cuarto una danza que solo nosotros conocemos. Bailamos y la tierra eclipsa al sol y a la luna y Júpiter. Estamos ahí, conectando almas electrocutadas.
Una vez listos, corremos cargados de bolsos hacia el taxi que espera y el bus llegando a plaza Cuba. 5 horas por delante para contemplar el río y el sol ocultándose frente a los barrancos, la cueva que nunca visité y el auto de ocasión que tu madre suele prestarnos. Vibrás distinto en el calor bochornoso del norte, y mientras te acompaño en tus múltiples visitas estéticas aprendo a descifrar el código familiar, a enamorarme de las Lilas y Vitox y seguir buceando un rato más en el mutismo lleno de palabras y sonrisas de Val.
Cuando llega el domingo la cama nos retiene imantada. Sos compañía insustituible en el almuerzo familiar y un mar de calma en medio de cuatro seres que no saben como quererse bien. Luego leo el diario, y tu mirada cómplice marca la hora de partir a casa, porque quizá hoy haga frío y la estufa nos esté llamando.
Ponemos una película y viajamos de la mano. A veces la serie de los doctores copa la pantalla, y así, mientras vos te enamorás un poco más del doctor mujeriego -otro rubio, alto y de patillas, como el de la isla- yo me sumerjo en mi mundo idiota donde creo ser director técnico. El combo funciona, y luego de una hora y varios avisos previos, cerrás mi computadora suavemente y la apartás a un lado. Me quejo, siempre me quejo, pero el botín de tu espalda oliendo a jabón desarrolla mis manos de pulpo que te abrazan. Y te abrasan. Y me abraso.
Gozo como un niño dibujando animales y robots sobre un papel en blanco. Gozo de regalarte mis entrañas, buscando el premio de pintarte una sonrisa al leerlo. Quizá mis letras no sean las más inspiradas, la poesía sin tanto vuelo y las metáforas en un juego básico. Pero te puedo asegurar que nacen bien adentro y giran sobre mi cabeza como un mar de noctilucas. Porque te están buscando, porque quieren hacerse nido en tus pensamientos, en tus amores. No puedo negarlo más: soy un romántico incurable, un llorón enamorado. Pero ya no me importa cuán cursi pueda sonar, no me afecta si los ojos de aquellos que saben se tuercen en mueca de desagrado. Lo que escribo nace en vos y hacia allí se dirige también. Cinta de moebius donde corro desesperado detrás de tu culito manzana.
La distancia es larga ahora. Vibra un océano profundo en medio, pero ya es hora de tirarse de buzo y descubrir las profundidades. Estoy dispuesto. Mientras, seguiré mirando el jardín cada mañana pensando en aquí, en ahora.
Bien contado, bo! Sos un hermano. ¿No te podés tirar en el océano sólo y nadar, sea a su encuentro, o a dónde sea que lleve el recorrido? Gran abrazo!
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