viernes, 21 de septiembre de 2012

Inmune


Inmune.
Inmune
a lo feo,
a que duela,
a las tripas.
A vos.
A la belleza,
a los días,
y a las rejas.
Inmune
a la lluvia
y al sol que calcina
las ideas.
Inmune
a los pasos torpes,
a la visión del ciego,
al puzzle infinito.
y a ser aún más ciego.
Inmune a ser parte de algo,
o de todo.
O de nada.
Inmune a la existencia.
Al mundo
que ya no es mi mundo.
A todo eso quizá esté inmune,
pero esta vez
necesito enfermar.
Necesito enfermar.
Necesito enfermar.

martes, 11 de septiembre de 2012

Diario ínfimo - II

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Tres jokers. Cercanos, casi tocándose, miraban desde el pavimento y sonreían al saber que los iba a rescatar. Dos negros, uno rojo.  Imposible no reparar en ellos, cuando busco creer en ellos.
Caminaba con Joâo rumbo al Miguelete. Comienzo el día temprano para mis parámetros, con la certeza marcada de correr en la mañana para despertar las ideas y espabilar el ánimo. El barrio está agitado por la semana campestre entonces el aire se llena de 4x4 y las niñas de Millán caminan envueltas en botas de montar.
El arroyo parece popular. Señoras caminando, alguna pareja de veteranos hace footing y multitud de escolares comen la merienda vigilados de cerca por las maestras. Un niño inquiere si soy su "pariente" y si Joâo es un perro "ladrador", cuando en realidad me consulta si es raza "labrador". Otro le responde que es el propio. Comienzo el trote y me alejo de la realidad del lenguaje.
El tobillo derecho se hace sentir, entonces afirmo mis sospechas en su relación directa con el talón izquierdo y un completo desencaje del cuerpo sobre su eje. Cargo sobrepeso, ya lo he dicho. Las voces conversan y generan archivos con ficheros interminables. El cráneo es un bombo legüero de gravedad cero, donde las ideas flotan y chocan entre si sin orden aparente.
Resisto dos vueltas. Es suficiente. Incluso para Joâo, que rosado de lengua exige tomar agua. Decido regresar bordeando todo el predio de la Rural. Estudio los calcos en los autos, las matrículas; trato de descifrar de qué departamento provienen aunque todos lucen como atacados por stickers puntaesteños. Policías en moto circulan para prevenir que los niños no ataquen a la gente. Encargados de seguridad vestidos de negro se comunican por handies. La avenida Büschental no perdió solo los árboles. Parece haberse llevado pedazos de mi niñez entre folletos y docenas de churros.
Llego a casa y guardo las cartas. El perro ya está en el fondo practicando sus tácticas de ataque sobre el Oso. Pienso en esa exposición y como esperaba cada setiembre para visitarla. Para recorrer el stand de EEUU. O el de Francia. Para oler la bosta de vaca y el sudor de los animales en los galpones. El entorno me era ajeno, porque simplemente gozaba la actividad de estar allí.
Hoy no. Me he vuelto un fisgón, un voyeur del presente tangible que aparece filtrado una y otra vez por capas de prejuicios y conjeturas. No creo en lo que ven mis ojos, creo en la realidad de mi mente. En el poder de papeles numerados que encuentro en la calle. Busco la magia aún donde no está. Necesito su azar para hacerme sentir vivo, para sentir que la sorpresa sigue existiendo.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Diario ínfimo - I

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Me propongo la escritura diaria como mandato. Como disciplina. Si, ya leí "el discurso vacío". Pero Levrero era un maestro tocado por letras del más allá y su simple diario ilustra un cerebro y una manera única de ver el mundo. No es mi caso.
Apenas me propongo escribir. Juntar palabras, pegaditas una atrás de la otra con un mínimo de coherencia. No busco llegar a algún lado, porque ni siquiera sé a dónde estoy yendo. Supongo el viaje consiste en eso: sentarse en un velero con ruedas y esperar el viento pampero. Luego dejarse llevar.
Últimamente estoy muy abrigado. Camperón, saco, camisa. Todo lleno de bolsillos. Estos, a su vez, cargados de elementos. Fui boy scout, entonces debo estar preparado para el fin del mundo con mi libretita, el libro que nunca leo y las gotas para disimular lo indisimulable. Cuando no llevo mochila, estos receptáculos de objetos se cargan aún más. Música, hojillas, tabaco aleatorio, muchas llaves. Nunca supe viajar liviano. Siempre fui del equipo de los precavidos, de esos que se preparan para el fin de los días cuando salen a tomar el 149. Pero sin paraguas, porque no entran en el bolsillo.
Voy tres párrafos. Es bastante. Mis letras se arrastran como los caracoles del fondo que perezosamente suben la pared blanca, pelada, áspera. No hay más sombra en el patio, los arbustos fueron recién cortados, la parra viajó a una volqueta. Solo la estructura roja, muda de fierros viejos, observa la mesa de azulejos añorando la época feliz de familia reunida allí debajo. Hoy puede observar un piso de cemento agrietado, donde los yuyos pelean por un lugar esquivando los soretes de Joâo.
Es martes, pero la sensación es la de un lunes espantoso. Cansino. Creo tener el cuerpo en punto muerto y el flujo neuronal atascado en un cuello de botella. Un tapón. Un gran corcho impide el grito, cuando busco desangrarme en la puerta de tu casa.  
Todo debería ser rojo.