martes, 11 de septiembre de 2012

Diario ínfimo - II

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Tres jokers. Cercanos, casi tocándose, miraban desde el pavimento y sonreían al saber que los iba a rescatar. Dos negros, uno rojo.  Imposible no reparar en ellos, cuando busco creer en ellos.
Caminaba con Joâo rumbo al Miguelete. Comienzo el día temprano para mis parámetros, con la certeza marcada de correr en la mañana para despertar las ideas y espabilar el ánimo. El barrio está agitado por la semana campestre entonces el aire se llena de 4x4 y las niñas de Millán caminan envueltas en botas de montar.
El arroyo parece popular. Señoras caminando, alguna pareja de veteranos hace footing y multitud de escolares comen la merienda vigilados de cerca por las maestras. Un niño inquiere si soy su "pariente" y si Joâo es un perro "ladrador", cuando en realidad me consulta si es raza "labrador". Otro le responde que es el propio. Comienzo el trote y me alejo de la realidad del lenguaje.
El tobillo derecho se hace sentir, entonces afirmo mis sospechas en su relación directa con el talón izquierdo y un completo desencaje del cuerpo sobre su eje. Cargo sobrepeso, ya lo he dicho. Las voces conversan y generan archivos con ficheros interminables. El cráneo es un bombo legüero de gravedad cero, donde las ideas flotan y chocan entre si sin orden aparente.
Resisto dos vueltas. Es suficiente. Incluso para Joâo, que rosado de lengua exige tomar agua. Decido regresar bordeando todo el predio de la Rural. Estudio los calcos en los autos, las matrículas; trato de descifrar de qué departamento provienen aunque todos lucen como atacados por stickers puntaesteños. Policías en moto circulan para prevenir que los niños no ataquen a la gente. Encargados de seguridad vestidos de negro se comunican por handies. La avenida Büschental no perdió solo los árboles. Parece haberse llevado pedazos de mi niñez entre folletos y docenas de churros.
Llego a casa y guardo las cartas. El perro ya está en el fondo practicando sus tácticas de ataque sobre el Oso. Pienso en esa exposición y como esperaba cada setiembre para visitarla. Para recorrer el stand de EEUU. O el de Francia. Para oler la bosta de vaca y el sudor de los animales en los galpones. El entorno me era ajeno, porque simplemente gozaba la actividad de estar allí.
Hoy no. Me he vuelto un fisgón, un voyeur del presente tangible que aparece filtrado una y otra vez por capas de prejuicios y conjeturas. No creo en lo que ven mis ojos, creo en la realidad de mi mente. En el poder de papeles numerados que encuentro en la calle. Busco la magia aún donde no está. Necesito su azar para hacerme sentir vivo, para sentir que la sorpresa sigue existiendo.

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