El objetivo pasa por encender un fuego.
Arrimar leña filosa de monte y un colchón de piñas.
Soltar un fósforo cabeza dura en flamas.
Y esperar.
A que el calor derrita los polos -hoy una Antártida flota en mi cerebro-.
Luego, bajo la nieve ahora encharcada, escarbar en busca de pastito verde, tozudo de enraizar el pedregullo. Este frío congela. Detiene. Pero no mata.
Va siendo hora de ser.
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