Hay que imaginarse sentado en un tren, el paisaje filtrado por el
vidrio sucio. Afuera, montañas de pasto con destino de vaca y dentro, montañas
de gente con vacas como destino. Encerrados como vacas, apretados como vacas. Los
ojos redondos y sin expresión, mirando al frente, a la nuca más próxima.
Hay que entretenerse contando los pelos de esa nuca, o evaluando los años del traje por
el color del cuello de la camisa. Hacer un juicio social, de clase, profesión y
carácter.
Armar un mundo en la cabeza y explotarlo cuando suena el
timbre de la parada. Y ahí si, dar un paso afuera, hacia lo desconocido.
Nadie está más muerto que aquel que no sueña, porque sus
ojos son de cemento y pesan; y sus ideas se arrastran como babosas hasta morir tumbadas
del esfuerzo.
No existe nada más vivo que un sueño, porque la sangre no es
roja pero flota y se sacude liviana a través del ser.
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