Estoy desnudo. Ahora, acá. Mirando fijo esta pantalla.
Hoy más que nunca te necesito. Te necesito junto a mi, para correr y atravesar el mundo. Este mismo mundo de mierda que cada día miro desde afuera, balconeando opciones de vida que me son ajenas. Hoy, cada cosa que miro resulta ajena. Inaccesible. Como si estuviese dentro de una pecera girando inteminablemente. Las rosas del frente son ajenas, porque no tienen quien las huela ni motivación suficiente para asomarse de sus pimpollos. Las cortinas blancas balanceando el aire parecen sacadas de un cuento que otra persona está narrando. Las paredes de colores escupen la alegría de cuando fueron pintadas. De cuándo construíamos este mundito perfecto para encerrarnos a vivir en él.
Cada mañana se vuelve una rosca insoportable en la que tengo que convivir conmigo mismo, solo. Y no es así que pensé mi vida, no. Siempre la pensé compartida, entregando parte de mi ser a ese otro que llegaba para completarme. Pero mientras elaboraba este concepto, en los hechos hacía completamente lo opuesto.
Te lo conté la otra vez: un día, una mañana no tan lejana de Rodó, supe pensar en nuestra pareja y creerme eso de que no eras "el amor de mi vida". De que había actitudes, conductas, aspectos de tu caracter que me molestaban. El sentimiento pasó rápido, porque Johnny Cash nos invitaba a bailar en un sol de sábado y no hay quien pueda negarse a Johnny. Y yo no me puedo negar a vos.
Pero ya me había pinchado la idea, esa imágen se había hecho tumor maligno entre mis neuronas atrofiadas. Ahí quedó, vegetando durante años. Y así, cada tanto, durante esas veces en que te hacés bicho bolita y yo no se cómo sacarte de tu mundo oscuro, la imagen volvía: "no, no es ella".
Así, cada una de las veces que decidimos separarnos, ese fue el anzuelo del que agarrarme. Ahí me prendía para salir a la superficie a respirar, a creerme vivo nuevamente. No, no es ella.
Eso me permitía avanzar, esconderte en un rincón y no verte más. Total, para qué mortificarme pensando en alguien que no es LA persona. Pasaba la escoba y a seguir de largo, la noche que tienta y los culos y las tetas de otras que también.
Lo hice así, más de una vez.
Y cada una de esas veces pensaba que era la última. No habría retorno esta vez, no, porque no eras la persona.
No lo eras.
No lo sos.
Esa persona no existe, nunca existió. Todo fue una invención mía, un artilugio creado en base a mis teorías utópicas de la vida. Existís vos tal cual sos. Así, con todo lo que te hace brillar y con toda esa oscuridad que cargás oculta. Con tus sonrisas matinales y tu flojera nocturna. Con esas ganas interminables de bailar. De recibir mimos. De darlos. Con tu responsabilidad a prueba de sexo y las horas que se pasan y se pasan y yo que te espero. Con tu paciencia interminable y las orejas más amplias de escuchar que alguna vez conocí.
Esa es la persona que existe, vos, pero me llevó tiempo darme cuenta. Y cuando lo hice, ya no estabas. Volabas por otros cielos, saltando de país en país mientras yo trataba de refugiarme en una carpa en el Norte.
Durante años la verdad se dio de frente contra mi, rompiéndome los ojos. Y yo con el gorro calado hasta los hombros, antifaz oscuro para encerrarme en mis pensamientos y evitar que mi alrededor fluya por si solo. ¿Se puede ser más estúpido?
Estaba desacostumbrado a que me golpearan la esencia, acá adentro. A que doliera de verdad. Hacía mucho que no lo sentía, ese gargajo bloqueando el pecho. Años. La certeza crea culos gordos, y así estaba, despatarrado en mi sillón dejando que el pasto crezca. Creía desterrada la impotencia que me lleva a patear el horno y tirar ceniceros en el patio. Me equivoqué.
Tu rostro perfecto, el más común de los rostros perfectos, es la imagen con la cual duermo y el primer pensamiento que asalta mi mente al despertar. y me duele, me duele muchísimo mirar la cama y verla revuelta de un lado solo.
Pero más me duele tener que haber llegado hasta acá para entender. Si, para entender. Porque no quiero construir un monstruito deforme que habite únicamente mi cabeza, quiero tu hablar con acento del norte y la suavidad con que amortiguás mis golpes al aire. Te quiero a vos. Así. Como sos.
Creo empezar a comprender cómo funcionan las cosas, y así las acepto. Me costó tiempo, sudor y billetes regalados al loquero cada martes. Pero creo haberlo entendido. O empezar a entenderlo. Madurez le dicen por ahí.
Dirás que el esfuerzo ya estuvo hecho, que por algo las cosas se dan como se dan, que capaz "no estamos hechos para estar juntos". ¿Sabés qué? me cago en esas frases, me cago en quién las dice y en el mundo que las contiene. Porque no me importan. Porque estar juntos es lo único que me mantiene vivo. Porque el corazón me late distinto cuando te acercás y parece que los elementos se alinean y se detienen por un instante. Porque te miro a los ojos y el brillo sigue ahí, vivo, latiendo. Porque el esfuerzo de construir siempre es liviano si se comparte.
Te amo. Te amo y lo gritaría por ahí hasta descuartizar la garganta, pero ya nadie tiene ganas de escucharme. Lo que tengo de inteligente lo tengo de estúpido, ya lo se. Mis razones a veces se suben a un bulldozer y salen a destrozar el terreno. Y luego, no queda nada. Un campo arrasado, un lodazal inmundo donde se revuelven los gusanos. Ahí estoy metido ahora, hundido hasta el fondo en mi propia mierda, buceando para salir a la superficie.
Quizá me acostumbré a regalar mi felicidad, a no saber conservarla y cuidarla. A perderla por no saber entenderla. A que me la roben de las manos.
Pero no esta vez. No. Levanto mis murallas y pongo a mis perros al ataque, porque esta vez no pienso perder. No. Esta vez quiero abrirme y que el mundo me atraviese como una flecha envenenada, que me destruya el corazón, las vértebras y me deje lisiado en una cama, no me importa.
Sigo caminando en mis nubes acolchadas, pero ahora busco caerme. Caída libre para romperme el cráneo contra el filo de una roca. Porque pienso que es así, abrir mi cerebro en dos y dejar entrar lo que quiera entrar. Y salir, sobre todo dejar salir. Que se escape toda la mierda contenida de años de frustraciones, de querer ser algo que no soy, de mirar un espejo que es de otro y no el mío.
Hoy me entiendo un poco más, me reconozco. Pero cuando me miro, no estás. No estás a mi lado. No hay sonrisas.
Por eso busco morirme cada noche. Acostarme, cerrar los ojos y alejarme en un viaje enroscado, sin escalas. Esperando que llegue la mañana para nacer de nuevo. Para empezar a germinar, fresco y verde, juntando los pedazos esparcidos luego de la explosión. Quizá buscándome logre encontrarte de nuevo.
Ojalá.